01 de marzo de 2022 - Andrea Anahí López Aguilar
La imagen que tenemos sobre los profesores proviene de diferentes lugares: la televisión, el cine, las anécdotas de nuestros padres, amigos y de nuestras propias vivencias. Se dice que el maestro es un personaje de conocimientos infinitos, disciplina absoluta y zapatos bien boleados. Otros afirman que se trata de un ser malvado, quien disfruta de hacer sufrir a sus alumnos y que mantiene siempre cerca una botellita con lágrimas de sus pupilos. Ambas imágenes no podrían estar más alejadas de la realidad.
El docente no es una fuente infinita de conocimientos, ni un ser perfecto que disfruta hacerte sentir menos, no es aquél que se ríe de tus errores ni aquél que te aprueba por solo asistir a su clase; si esa es la concepción que tienes del maestro, te pido una disculpa, porque no has tenido la dicha de encontrarte con un verdadero docente, aquél que reconoce su contante necesidad más por aprender que por enseñar, que su presencia en el aula inmediatamente motiva al conocimiento, que su personalidad se respeta y no se teme, uno de los pocos que aún disfrutamos nuestra labor.
Yo me convertí en maestra porque he tenido esos ejemplos, en casa con mi madre y en la familia con mi abuelo, el profesor Alonso Aguilar, quien recientemente dejó este mundo y con 50 años de labor continúa. Con el cuál aprendí el verdadero significado de ser docente. Nunca voy a olvidar, aquél escrito que me recitaba desde pequeña de uno de sus personajes históricos preferidos, el pedagogo Carlos A. Carrillo:
“Porque para ser maestro, no basta como piensa el burgo, saber lo que se va a enseñar, eso es lo que menos hace falta. La receta para hacer buenos maestros es un poco distinta: 1 onza de conocimiento, 2 de método bueno para la enseñanza y 6 de disciplina… He aquí un buen maestro. Excelente. Me equivoco; todavía faltan 8 o 10 partes de cariño a los niños. Esto es lo principal”
Porque así es el buen docente, es humano, amigable y comprensivo; saben construir un ambiente estimulante en el salón y en la escuela; tiene confianza en la capacidad de todos sus alumnos y los orienta siempre por el camino de la disciplina hasta llegar al éxito; eso de que un buen maestro tiene siempre muchos reprobados es una aberración de sólo pensarlo. Y es importante destacar, que si bien la “disciplina” tiene una fama equívoca, debemos entenderla como la perseverancia en los hábitos que nos mejoran como personas, ciudadanos y profesionales del área que hayamos elegido.
Así que, incluso si no has tenido un buen docente en tu vida, te invito a que aprendas de los que no lo han sabido ser, que tú logres sacar lo positivo y lo transformes en frutos de aprendizaje y conocimiento, te garantizo son los mejores autorregalos que te puedes dar en tu vida escolar. Si has tenido la fortuna de tener uno o mas maestros inspiradores en tu camino, siéntete dichoso, orgulloso y con una responsabilidad intrínseca de compartir lo aprendido porque, no te voy a mentir, la vocación es un elemento en peligro de extinción.
Este escrito se lo dedico a todos los maestros que me han inspirado para alcanzar mis metas, a los que me han enseñado qué camino no debo tomar y en especial a mi abuelo, quien estoy segura aún se encarga de enseñarnos el amor y la vocación, desde donde quiera que esté.